Hedonismo ayer y hoy


La ética hedonista se remonta a la época histórica llamada helenística, época de aparición de los grandes imperios (primero el de Marco Aurelio y luego el Imperio Romano), que trae consigo desconcierto político y moral de las polis griegas. Ante el desconcierto reinante, el estoicismo y el epicureísmo,las dos escuelas más importantes de la época, reconducen la investigación ética en busca de la felicidad de los individuos coincidiendo con la tradición griega, poniéndose de acuerdo estas dos escuelas que felicidad y sabiduría se identifican, pero discrepan en la manera de entender el concepto de naturaleza y al ideal del hombre sabio.
Anteriormente los sofistas fueron los primeros en tratar estos planteamientos y entre los discípulos de Sócrates, también hubo una corriente “los cirenaicos”, quienes defendían que el bien humano se identifica con el placer, particularmente sensual e inmediato. Este hedonismo incipiente fue criticado agudamente por Platón y Aristóteles.

Hasta que apareció Epicuro (341-270 A.C.) quien presento un modelo hedonista filosóficamente más maduro. Esta ética es una explicación de la moral en términos de búsqueda de la felicidad entendida como placer, como satisfacción de carácter sensible. Sostiene que la búsqueda del placer, será sabio quien sea capaz de calcular correctamente que actividades nos proporcionan mayor placer y menor dolor, es decir, quien consiga conducir su vida calculando la intensidad y duración de los placeres, disfrutando de los que tienen menos consecuencias dolorosas y repartiéndolos con medida a lo largo de su existencia. Dos condiciones son las que hacen la verdadera sabiduría y la felicidad: el placer y el entendimiento calculador. Este ultimo nos permite distinguir varias clases de placer, correspondientes a distintos tipos de deseos: una parte son deseos naturales y otra parte son vanos deseos, entre los naturales, unos son necesarios y otros no, entre los necesarios, unos son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma. Conociendo bien estos deseos es posible referir toda elección de salud del cuerpo y serenidad del alma, porque en ello consiste la vida feliz. Por esto, cuando se refiere al como objetivo final, no se refiere a placeres de los vicios, sino, al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbado en el alma.

La  proposición de Epicuro como ideal de felicidad el goce moderado y sosegado de placeres naturales, vinculados a la verdadera necesidad del cuerpo y del alma.
Reiterando, no se trata de un placer puramente material, sino que es el índole espiritual y afectivo, por lo tanto tranquilo y duradero.

Para Epicuro, el autentico placer solo se alcanza cuando se consigue la autarquía, el pleno dominio de uno mismo, de los propios deseos y afecciones. Esta autarquía para Epicuro no es entendida como un estado de completa insensibilidad y eliminación de todas las pasiones sino que de todos los obstáculos que se oponen a la felicidad: los temores, y las preocupaciones, las penas y los dolores. Saber reconocer las verdaderas necesidades, lo indispensable y que no nos inquiete  el deseo de poseer más, ya que el verdadero placer no se halla en lo material, sino en el saber y la amistad. La conciencia de estos placeres, producen la ataraxia, es decir la serenidad y el equilibrio del ánimo. Los placeres materiales deben saber dosificarse y ordenarse en función de los placeres espirituales. Con esto se eliminan los otros dos obstáculos que impiden la felicidad: la búsqueda desordenada de placeres y el miedo al dolor.

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